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Esta afirmación está con frecuencia en labios de cristianos que han descubierto la apasionante figura de Jesús llegando a opciones personales, comprometiendo la propia vida. Ha sido tan interesante, apasionante el acercamiento personal a Jesús que parece que la Iglesia ya no hace falta. Además, ¡la Iglesia tiene un lastre histórico bastante patético!

El documento clave del concilio Vaticano II sobre la Iglesia se titula, en latín, Lumen gentium, que significa: “Luz de los pueblos”. Los documentos eclesiales importantes suelen tener por título las dos primeras palabras latinas del documento. Tratándose del documento principal sobre la Iglesia, uno puede creer, erróneamente, que la Iglesia es la “Luz de los pueblos”. Pues no. Las primeras frases del capítulo primero afirman: “Cristo es la luz de los pueblos” y un poco más adelante “la claridad de Cristo resplandece sobre la Iglesia”. La misión de la Iglesia es “que todos los humanos consigan la unidad completa en Cristo”. Nos damos cuenta en seguida que el foco principal es Cristo, no la Iglesia. Cristo la ilumina y ella se compromete a que todos los humanos reciban esta luz.

Habría que decir “creo a la Iglesia”, es decir, estoy convencido que la Trinidad nos ha dado la Iglesia para que nosotros encontremos la manera de vivir como vive la Trinidad: amándonos, creando comunión.

Yo amo a la Iglesia, porque es a través de una cadena ininterrumpida de testigos, hijos e hijas de la Iglesia, que me ha llegado el rostro de Jesús. Es así como la comunidad eclesial, me ha engendrado en la fe. Es el testimonio arriesgado de tantos creyentes que me anima a creer a la Iglesia.

Yo amo a la comunidad eclesial, porque formo parte de una comunidad donde hay niños, jóvenes, mujeres, hombres, ancianos, pensionistas, parados, gentes de los cinco continentes, de derechas, del centro y de izquierdas; y es normal que, entre tanta variedad de personas, haya pecadores, corruptos, estafadores, pervertidos, autoritarios, egoístas, pero también, santos, místicos, estudiosos, mujeres y hombres al lado de los más pobres, de los enfermos, oprimidos, compartiendo sus luchas, viviendo su misma vida. La Iglesia es un auténtico pueblo universal, es humana, y por eso la amo.

La Iglesia es congregada y querida por el Padre, es empujada por el Espíritu, es congregada por Jesús alrededor de la Mesa. Allí no sobra nadie. Por eso la amo.

El evangelio de Lucas nos invita a profundizar en la persona de Jesús y su buena nueva. Seguidamente el mismo autor nos introduce en la meditación de la realidad eclesial, descrita en el libro de los Hechos de los Apóstoles. La lectura seguida de estos dos libros del Nuevo Testamento puede ser un buen instrumento para no desligar a la Iglesia de Jesucristo.

Joan Codina, sdb

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