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La lógica del mundo vive de las diferencias propias de cada cultura, sociedad, idiosincrasia y concepción de lo Trascendente. De todas ellas podemos enriquecernos o también podemos empobrecernos. De hecho, nos empobrecemos cuando vivimos cerrados en nuestra propia concepción de aquello que es y que representa Dios. Y nos enriquecemos, por el contrario, cuando permitimos que el Ser sea aquello que le corresponde según el lugar que ocupa en nuestro pequeño, aunque gran, mundo. En otras palabras, ni debo ni puedo agotar o secuestrar la realidad de Dios porque lo que sustenta mi razón europea queda sorprendida y fascinada por lo cálido de una acogida y por la ternura del abrazo que he recibido en República Dominicana.

En este tiempo de cambio de realidades han venido a mi mente las palabras del profesor Piqué, en Martí-Codolar, “que la imagen de Dios que tiene cada uno de nosotros viene limitada por tres aspectos: el especial, el temporal y el cultural”. Y que esa impregnación que tuvo Dios en Barcelona adquiere ahora otro color mas vivo y diferente en el Caribe.

Si alguien me pregunta: ¿Dónde Está Dios? Tendría que decirle que no está en un lugar, ni en un templo…, sino que está en todas las cosas y en toda la creación. Y que no se entiende como una apropiación personal e intransferible sino como gratuidad multiforme que se hace presente desde lo mas sencillo de la vida que, como el respirar, consiste en este movimiento de acoger y ofrecer; asumir y desprenderse. Pues solo siendo capaces de acoger esta riqueza de la vivencia que en la fe realizan los demás podremos regresar a lo esencial del Evangelio, que es entregar (y entregar la vida).

Fuera de los límites de nuestro ambiente atendemos a que estamos desnudos ante el Misterio de la Vida. Y en este cruce de realidades uno se descubre entre el baile y el cariño que recibe. En este descubrirme propio, el hecho de acercarme a la humildad (que no necesariamente a la pobreza) hace llorar mi humanidad. Y soy feliz entre ellas y entre ellos, como el hijo al que le han devuelto la dignidad que, en algún momento, le fue quitando la razón. ¡Esperando ser sorprendido!

Sea en lo cercano o en lo distante, en lo próximo o en lo lejano, en el ruido o en el silencio, tenemos abierta esta posibilidad al Amor, por descubrir y por integrar en cada momento, en cada realidad. Aquí el color rojizo de la tierra y el olor a mango otorgan otra connotación a la Eucaristía, que es celebrar a Cristo. Sensibles a la vibración propia de una naturaleza exuberante, majestuosa, en donde el silencio del corazón se encuentra con la dinámica de la Creación.

Albert Marín

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