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A musulmanes y cristianos nos une y nos separa precisamente la fe en un mismo Dios: el Dios de Abram y de Moisés. Ambas tradiciones creemos en un mismo Dios y, al mismo tiempo, creemos en Él de una manera distinta.

El diálogo cristiano-islámico de corte teológica parece ya haber desplegado todos sus encantos ofreciendo un valiosísimo marco teológico que permite relaciones positivas entre musulmanes y cristianos: Misterio, Dios es grande y misericordioso, Adán, Eva, Abram y Moisés (Paz y Bendiciones sean con ellos), el cielo y el infierno, historias sagradas, el positivismo materialisma destruye el espíritu y lo humano, metodología teológica… No obstante, junto a este gran poder también se ha manifestado su debilidad: una total incapacidad para transformar la vida y los corazones de una parte importante de los fieles. El diálogo teológico es necesario pero no suficiente.

Personalmente, al asistir a charlas sobre el tema, disfruto sobremanera de los saludos previos y posteriores, momento en el que encuentro rostros conocidos, personas de Dios, conexiones personales que cruzan los límites infranqueables por lo teológico. En los mercados, rellanos, empresas, escuelas y parques las dos tradiciones: la frutería de la plaza tiene mejor género, el jefe está muy nervioso últimamente, ¡vaya noches nos dan los niños!, la escalera de la finca siempre está sucia, ¿y tu padre ya está mejor?… En el encuentro de la vida cotidiana se manifiesta una verdad reservada a los sencillos y los humildes cobrando así una vocación universal. Sin embargo, tampoco esto es suficiente para abarcar todo lo humano y lo divino.

Es el diálogo del espíritu el que falta para la plenitud del encuentro. Es fácil percibir que hay silencios que unen con una fuerza trascendental: el silencio que se comparte en un velatorio une a los sufrientes y el silencio durante el sueño de un recién nacido une a los padres mientras lo contemplan con devoción y fascinación. Es tras el silencio del Sábado Santo que Cristo resucitó de entre los muertos y tras el silencio del retiro de Muhammad (PB) en la cueva de Hira que Jibreel recitó el Corán para él  (PB). En el silencio no hay curiosidad morbosa, ni juicio y menos prejuicio, ni buenismos, ni provocación… En el silencio no hay palabras, sino Verdad. Encuentro. Hondura. Misterio. Dios.

Desde aquí invito al silencio: a guardar silencio por los fieles de la otra religión y de la propia. Y sobre todo a guardar silencio juntos musulmanes y cristianos. Ni más, ni menos.

Federico Gómez
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