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Estos últimos años me ha tocado dar la asignatura Memoria de prácticas pastorales en el ISCR Don Bosco. Esto me ha dado una buena experiencia sobre la reflexión que hay que hacer habitualmente sobre la pastoral que cada uno lleve a cabo y me he encontrado con que a los alumnos les gusta hacer esta reflexión, aunque les cueste un poco. Digo esto porque estoy convencido de que a todos los que hacemos alguna práctica pastoral nos es imprescindible esta reflexión, aunque no lo tengamos que hacer forma académica.

Hacer catequesis, llevar la pastoral de un colegio o de una facultad universitaria, de una parroquia o de una prisión, llevar grupos de fe con jóvenes o adolescentes, hacer convivencias cristianas… Hay muchas formas de pastoral, pero por diversas que sean, siempre hace falta la reflexión sobre lo que todo el mundo vive y hace.

Y, muchas veces, esto es lo más difícil, tal y como he constatado.

¿Por qué?

Porque muchas veces hacer no me deja tiempo de pensar, o me deja muy poco. Así, fácilmente caemos en el “esto ya me funciona”, “siempre se ha hecho así”, “no me vengas con reflexiones, que ahora tengo que echar adelante esto o aquello”, etc.

La reflexión siempre queda a la cola y olvidamos aquello tan elemental de “acción-reflexión-acción”. Y sin querer caemos en la rutina, en la repetición de la jugada… y mientras el entorno, las familias, la cultura y los jóvenes van cambiando a un ritmo acelerado.

Nos hace falta, de manera imprescindible, pararnos para rehacer nuestra hoja de ruta, para pensar si el itinerario que he escogido es válido y tienen rendimiento pastoral; para ver que pasa antes y después de nuestra tarea pastoral; para evaluar los resultados y cambiar objetivos, método, contenidos, estructura o actitud; para reflexionar sobre la tarea del agente de pastoral, sobre su formación, sobre su forma de trabajar en equipo o sobre su forma de entender el mundo y la Iglesia actual.

El Papa Francisco, de diversas formas y en muchos de sus documentos nos lo va recordando, sin ir más lejos, en su Exhortación Apostólica Christus vivit escribe: «me dirijo, conjuntamente, a todo el Pueblo de Dios, a sus pastores y a sus fieles, porque la reflexión sobre los jóvenes y por los jóvenes nos convoca y nos estimula a todos»(3). Y más adelante: «Exhorto a las comunidades a realizar, con respeto y seriedad, un examen de su propia realidad juvenil más próxima, para poder discernir los caminos pastorales más adecuados»(103).

Acabo diciendo que estoy convencido de que todo el tiempo que dediquemos a la reflexión sobre la pastoral que llevamos a cabo, redundará en beneficio de su calidad y eficacia.

Miquel Armengol, sdb

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