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En el mes de octubre la tradición cristiana católica celebra los  dias 1 y 15 la fiesta litúrgica de estas dos santas Carmelitas Descalzas, Teresa de Lisieux (2/01/1873-30/09/1897), patrona de las misiones y Teresa de Jesús (28/03/1515-15/10/1582), fundadora y maestra de oración.

Las dos son maestras y guías en los caminos del interior, expertas humildes y transparentes en el trato de amistad con Dios.

La oración fundamenta, vertebra y da sentido a sus vidas.

Tienen fuerza contagiosa como los grandes descubridores que han explorado mundos insospechados, y nos han relatado, a su vuelta, los paisajes contemplados.

Toda la palabra de las Teresas son oración vivida y hecha experiencia.

Teresa de Jesús nos recuerda que la oración es “trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”(Libro de la Vida 8,5). Amor solidario y comprometido, amor hecho vida: “obras quiere el Señor” (5 Moradas 3,11).

Para Teresa de Lisieux, la oración fue su respirar espiritual.

Así lo expresó: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús” (Ms C 25r-v). 

En esto consitió su no hacer nada, en amar, servir y aceptar sus propios límites, es decir, en el reconocimiento de su camino como itinerario evangélico hacia la vida en Cristo, hacia la santidad. Camino al que estamos llamados todos los cristianos ortodoxos, protestantes y católicos. Camino de comunión, unidad en la diversidad en  el diálogo ecuménico e interreligioso.

Momento decisivo en el paso a la oración mística es la confianza, que superando el voluntarismo y los tanteos, acogen  lo mejor de la oración como un don gratuito: Cristo mismo, Cristo vivo se hace premio inmerecido, pero necesita la confianza de parte de las dos Teresas.

Así reza Teresa de Jesús: “Suplicaba al Señor me ayudase; más debía faltar a lo que ahora me parece de no poner en todo la confianza en Su Majestad y perderla de todo punto de mí. Buscaba remedio; hacía diligencias; mas no debía entender que todo aprovecha poco si, quitada de todo punto la confianza de nosotros, no la ponemos en Dios” (Vida 8, 12).

Siempre la iniciativa en este despertar de la oración y la vida interior es de Dios. Nos cuenta Teresa de Jesús: “Andaba Su Majestad mirando y remirando por dónde me podia tornar a sí. ¡Bendito seáis vos, Señor, que tanto me habéis sufrido! Amén” (Vida 2,9). La primera verdad de la oración es sabernos amados por Dios. Rendirnos a ese protagonismo primero de su amor, darle crédito, consentir, dejarnos del todo en él, dejarnos amar.

La oración es sobre todo lo que él hace en mí, lo que le permito hacer dentro de mí.

El verdadero buscador vive una profunda soledad que le aboca desnudo a Dios. La oración es siempre relación de personas, encuentro transformante y dinámico. La amistad con Dios ha de ir siendo depurada de propio interés, de sentimentalismo, de superstición… hacia la confianza y la escucha del Dios Trascendente que habita en nuestro interior.

La humanidad de Jesucristo es central en el proceso de la oración teresiana en el Carmelo. La “condición humana de Dios” es el  gran descubrimiento, la gracia principal para encajar todas las piezas del “puzle” en nuestro interior. La humanidad de Cristo hace posible la comunión con Dios. La adoración de Cristo Eucaristía hecho entrañable cercanía, hecho “nuestro”, es una de las vivencias privilegiadas en la escuela mística del Carmelo.

Nos recuerda Teresa de Jesús. “Procuraba lo más que podia traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente, y esta era mi manera de oración…”(Vida 4,8).  “Estábame allí, lo más que me dejaban mis pensamientos, con él” (Vida 9,4).

Toda persona humana está llamada al camino interior, oracional.

Nos hace falta más vida interior, silencio interior para gustar, vivir la presencia del Amado (nuestro Dios y Creador). 

En sentido más verdadero, Dios mismo recoge al orante, lo distrae de toda distracción para atraerlo a sí.

De esta manera tan sencilla, fraterna, humana y cercana nos proponen las dos Teresas su modo de oración. Nos invitan, también a nosotros hoy, a transformar nuestra vida en personas orantes, hombres y mujeres de profunda vida interior.

  P. Jesús Sans i Compte, ocd

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