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Acaba de llegar el otoño. Ha empezado el curso y muchos centros y entidades preparan la programación, hacen el calendario, buscan objetivos que quieren conseguir. Es verdad, es importante mirar qué quiero conseguir, cómo lo quiero hacer, cuándo y cómo, con qué personas, con qué recursos, con qué temporización. Pero también es fácil caer en lo que me es más fácil, en aquello tan clásico: como me fue bien el año pasado lo aprovecho y lo repito este año. Y aquí hay una trampa que pasa desapercibida la mayoría de veces, pero que con el tiempo puede llegar a ser peligrosa. Y es caer en la repetición, en la rutina, en el siempre se ha hecho así. Por eso, muchos pedagogos, pero también emprendedores y personas de negocios, recomiendan pararse y reflexionar sobre las actuaciones que se han llevado a cabo anteriormente.

También en el campo de la acción pastoral es bueno reflexionar antes y después de actuar, dedicar tiempo a pensar antes de hacer las cosas. Hay gente que considera una pérdida de tiempo esta reflexión, que no vale la pena pararse, que lo importante es hacer cosas y cuantas más se hagan, mejor… Miraré de argumentar la importancia de la reflexión con un ejemplo práctico que escuché hace tiempo.

En una escuela de formación profesional hicieron un concurso para dar el premio al mejor mecánico. Participaron estudiantes de todo el mundo. Todo el mundo tenía las mismas indicaciones, los mismos recursos (el metal, las máquinas –tornos y fresadoras-, las mesas para trabajar… y un tiempo limitado). Tenían que hacer una pieza metálica a partir de un diseño que se les había proporcionado, donde constaban las medidas exactas que debía tener la pieza al acabar la prueba. Ganaría el alumno que acabase antes, y la hubiese hecho de forma correcta.

Una vez hecha la explicación, la mayoría de los alumnos se pusieron a trabajar inmediatamente por tal de no perder tiempo y ganar el concurso… menos uno. Este alumno estuvo un buen rato leyendo y releyendo la propuesta, mirando el diseño y pensando cual sería el mejor sistema para actuar y acabar correctamente la pieza. Fue el último en empezar… ¡y el primero en acabar!

Ciertamente había trabajado, había hecho bien su trabajo… pero, sobre todo, había pensado no solamente el qué, sino también el cómo, el método, el procedimiento, los pasos a seguir y en qué orden.

Había reflexionado cuidadosamente antes de actuar.

Quizás en nuestra acción pastoral, aunque no sea ningún concurso, también tenemos que hacer servir el sistema de este alumno. Tenemos que actuar, ciertamente, pero no de cualquier manera, sino con una buena reflexión previa, con un buen método, con una buena programación, con un buen proceso, siguiendo unos pasos determinados y en un orden concreto.

Acción-Reflexión-Acción, es una metodología concreta que nos ahorrará muchos dolores de cabeza si la hacemos servir habitualmente en nuestras escuelas, parroquias, centros juveniles, plataformas de educación social, residencias de ancianos, hospitales… Y, además, el rendimiento que sacaremos de la energía invertida, será claramente superior. Pensemos.

Os invito a hacerla servir.

Miquel Armengol, sdb
Profesor de Pastoral en el ámbito de la educación
Tutor de prácticas pastorales

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