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Caminar juntos… 

Estamos inmersos en la preparación del Sínodo que el Papa Francisco ha convocado para otoño del 2023. Se nos invita a encontrarnos en asamblea, en grupos, no sólo para debatir, sino a hacer experiencia de caminar juntos rezando, dialogando, discerniendo concretando aportaciones; en una palabra a hacer realidad lo que significa “sínodo”: caminar juntos

La eclesiología de comunión es una corriente subterránea que riega toda la eclesiología a partir del Vaticano II. Se puede afirmar que la communio es la experiencia eclesiológica matriz del último concilio. La Iglesia está llamada a ser signo de la comunión que vive la Santa Trinidad para ser instrumento de unidad de todo el género humano. Pero una eclesiología de comunión tiene que concretarse, visibilizarse en el tipo de organización y en las formas de actuación en el interior de la Iglesia y hacia el exterior. Una Iglesia en clave de comunión se da a sí misma estructuras como son los sínodos, concilios, capítulos, “colegios”, consejos, etc., expresión de unas comunidades vivas que tienen conciencia de ser Iglesia local con vínculos de conocimiento, de amor, de corresponsabilidad, de fraternidad. Así pues, la sinodalidad es una forma concreta de vivir la comunión, sin la cual no hay Iglesia. 

con Jesús.

El camino se hace con Jesús, escuchando su voz, contemplando su rostro, participando en su Eucaristía, oyendo su llamada. Él estará siempre con nosotros. En el capítulo 18 del evangelio según san Mateo leemos el discurso llamado de la “comunidad”. En un momento determinado los apóstoles habían preguntado a Jesús; ¿Quién será el mayor entre nosotros? Y Jesús, como respuesta, hace un signo: poner un niño en el medio. Con este gesto Jesús estaba invitando a tejer los lazos comunitarios, no basándose en criterios puramente organizativos. Como si Jesús dijera: “Cuando os dispongáis a organizaros, a repartir responsabilidades, poned allá, donde convergen las miradas, al más pequeño así ocupará el lugar central y será tomado en consideración”. 

El gesto de Jesús indica que en la comunidad de creyentes se debe dar el lugar central al que no cuenta; al que no sigue el ritmo de todos, al que no se tiene en cuenta su opinión al que ha roto con la comunidad o se ha alejado de ella, al que le cuesta más hacer proceso de fe, a las víctimas de cualquier abuso, al que apenas sabe expresarse, al que casi siempre nos sale con despropósitos o afirmaciones fuera de lugar, al que vive el compromiso cristiano en silencio y total discreción, etc. Conviene que esté en el centro de nuestras miradas o pensamientos aquel en quien no hemos pensado para que sea tomado en consideración, no tanto para que ocupe lugares de responsabilidad superiores a sus fuerzas, sino para que teniéndolo en medio, recordemos que “ser el mayor”, según la lógica del Reino de los cielos, no es el que goza de más honor y prestigio, sino el más humilde, el más transparente. 

…al paso de los pobres

¿Qué sucederá si nos proponemos ir al paso de los pobres, con quienes Cristo se identifica? Caminando al paso de los más pequeños y humildes, seguro que iremos más despacio, tomaremos otro tipo de decisiones, elegiremos líderes en quienes no habíamos pensado, optaremos por otra organización más horizontal y menos jerárquica, buscaremos métodos participativos inclusivos, nos lanzaremos a una misión más atrevida en consonancia con las necesidades actuales, hablaremos un lenguaje más evangélico (el de la vida) no ritualista ni formal, etc.

El gesto de Jesús nos tiene que hacer pensar en nuestras comunidades locales y en nuestra organización congregacional. Por tendencia natural rechazamos, como poco digno de consideración, a algún miembro de nuestro grupo o comunidad para que nos represente, nos dirija, nos asesore. Jesús nos reta a establecer entre nosotros no la ley o costumbre del rechazo o descarte, sino la norma de pensar que el más humilde de hecho nos une a todos, el pobre es quien entiende mejor el Reino y nos obliga a esperarnos unos a otros. Esta manera de concebir las cosas es consecuencia de la audacia evangélica.

¿Y quién es entre nosotros el pequeño? Habrá que verlo en cada momento: cuando se ha terminado de poner a este pequeño en el medio, se constata que otro no es tenido en cuenta. Habrá que renovar constantemente la mirada, la atención, la acogida. Habrá que mantenerse despierto para darse cuenta en cada momento quién corre el riesgo de no ocupar el lugar que le corresponde, de ser olvidado, incomprendido. Al poner al pequeño en medio, Jesús nos provoca para que afinemos nuestra atención. Sin poner en el centro a Jesús con los pobres, el Sínodo puede correr el riesgo de no ser auténticamente evangélico.

Joan Codina 

 

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