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Dentro del conjunto de la literatura del NT, el Evangelio de Juan (Jn) forma parte de una colección de escritos que comprende además tres cartas llamadas de san Juan (1Jn, 2Jn y 3Jn) y el Apocalipsis de Juan (Ap).

La tradición de la Iglesia antigua, particularmente Ireneo de Lyon, atribuyen estos cinco documentos al apóstol Juan, hijo de Zebedeo, hermano de Jaime, y miembro del grupo de los Doce compañeros de Jesús de Nazaret. Estos cinco escritos se llaman Corpus joánico, o bien Escritos joánicos.

Si nos fijamos en la forma en que el Jesús de Jn formula su mensaje, llama la atención en los grandes discursos que constituyen la materia principal de los cc. 1–17. Estos discursos son netamente distintos a los que los sinópticos ponen en boca de Jesús. En Jn, Jesús diserta largamente en unos discursos que tienen una gran unidad de contenido. El envío de Jesús por parte del Padre, y el don de la vida eterna a quien cree en Jesús, constituyen sus temas más recurrentes. Todos son discursos cristológicos que culminan en las siete célebres declaraciones “Yo soy”. Cabe destacar el discurso de la autoridad escatológica del Hijo (c. 5), el del pan de vida (c. 6), la gran controversia de los cc.7-8, y el largo discurso de despedida con la oración de Jesús al Padre (cc. 14-17).

Además en Jn predomina Jerusalén y el Templo en el itinerario de Jesús de Jn, más que no Galilea. El inicio y el final de su predicación en Jerusalén están marcados por la peregrinación pascual (2,13 y 11,55; 12,1; 13,1; 18,18.28.39; 19,14). El simbolismo de esta celebración judía permite al evangelista interpretar la dramática muerte de Jesús, ya desde el discurso del pan de vida (6,51) como una muerte pascual: la pascua de Jesús.

Existe diferencia entre la forma de presentar la vida de Jesús por parte de Juan y de los sinópticos. Jn no se dedica a contar de forma simple y directa la historia de Jesús. Él combina en su relato tres historias: la primera relata la vida de Jesús de Nazaret, de quien se conoce quién es su padre (1,45; 6,42; 7,41-42) y su madre (2, 2; 19,25), que ha vivido en Galilea y que ha muerto crucificado en Jerusalén (19,30) donde ha sido sepultado (19,42). Esta primera historia es puesta en perspectiva en una segunda de tipo teológico: el hijo de José de Nazaret no es sino el Logos preexistente junto al Padre que se ha encarnado en la historia humana. Su muerte, dramáticamente constatada, constituye, en realidad, el retorno del Hijo junto al Padre. El Crucificado es el Viviente que devolverá con los suyos (14,18-21; 16,16-22; 20,19.26). De esta forma el Logos se encarna en la persona de Jesús de Nazaret, él es el hijo de María y el Hijo del Padre, el Salvador del mundo.

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