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Según nos cuentan las crónicas del cónclave, a las 19:05h del 13 de marzo de 2013, en una quinta ronda de votaciones, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, con 77 años de edad, se convertía en el 266º Papa, y con él se abría una nueva etapa en la Historia de la Iglesia católica. Con esta elección comenzaba un período de expectación y la sensación, compartida por muchos, de que la Iglesia estaba necesitada de un nuevo impulso, de una “actualización” a los nuevos tiempos que vivimos… ¿quizás de un nuevo “aggiornamento” como pretendió Juan XXIII con la convocatoria del Concilio Vaticano II? 

Anunciado por Juan XXIII en la basílica de San Pedro, en Roma, el 25 de enero de 1959, el concilio Vaticano II dio comienzo el 11 de octubre de 1962. El breve pontificado de Juan XXIII (1958-1963) significó para la Iglesia un cambio de rumbo. El Papa rompió con viejas tradiciones ya superadas, ofreció a la Iglesia una nueva imagen del papado, y abrió “ventanas y puertas” a todos los hombres y mujeres de “buena voluntad”, también a los hermanos protestantes y ortodoxos (impulsando el ecumenismo). Angelo Giuseppe Roncalli (Juan XXIII), como Papa preferiría ser el obispo y el “párroco del mundo” antes que “jefe supremo” de la Iglesia (este estilo también es reconocible en el Papa Francisco) y pondría de moda el término “aggiornamiento”.

Sería el 28 de octubre de 1958 cuando fuera elegido Papa Juan XXIII. Contaba a la sazón setenta y siete años (misma edad de Francisco en el momento de iniciar su pontificado), y algunos pensaron que había sido elegido como “Papa de transición”, a la espera, quizás, de un Papa más joven. Pero se equivocaron, Juan XXIII fue desde el principio testimonio de la fuerza del Espíritu, un ejemplo de vitalidad, de esperanza y de alegría para la Iglesia. Gracias a su sencillez y humildad, su bondad y su enorme simpatía, en seguida fue conocido como el “Papa bueno” y atrajo la admiración y el respeto de todos. Su fuerza estaba en su gran corazón. El Papa Roncalli dio a la Iglesia un nuevo modo de “estar” en el mundo, haciéndola más sensible a la conciencia de su misión universal y testimonió un nuevo estilo de papado. Rompió con la estrechez del Vaticano, se mezcló con el pueblo, visitó orfanatos y hospitales, se acercó a los sencillos y pobres (eran conocidas sus largas charlas con los internos de la cárcel de Reina Coeli) y, en ocasiones celebró la eucaristía en pequeñas parroquias de Roma. 

Esta experiencia evangélica le impulsaría a convocar un Concilio que pretendía el aggiornamento de toda la Iglesia, esto es, la “actualización” de la Iglesia, el deseo de abrirla al mundo y a todos los hombres y mujeres que lo habitan; a hacer de la Iglesia una institución cercana y eminentemente evangélica. En consecuencia, una de las metas del Papa fue el aggiornamento de los métodos pastorales en las diócesis y en las órdenes religiosas. Se puso énfasis en la reelaboración del derecho canónico y en la colegialidad del episcopado, descentralizando la Iglesia. Así, la Iglesia debía salir al encuentro de los pueblos y las culturas sin erradicarlas o tratar de absorberlas. Juan XXIII murió el 3 de junio de 1963, lunes de Pentecostés, y su muerte conmovió al mundo. 

Por lo que hemos esbozado anteriormente, nos puede resultar sugerente, aun salvando las distancias (que las hay), reconocer en lo que llevamos de pontificado del Papa Francisco, el deseo de orientar la Iglesia hacia un escenario nuevo, “actualizarla” (¿un nuevo aggiornamento”?) e insuflar nuevos aires que permitan seguir el camino abierto por el Concilio Vaticano II. Si hacemos un breve repaso del pontificado de Francisco y en aquello que este Papa ha podido poner el acento, nos damos cuenta de que hay cierta sintonía con la estela abierta por el Papa Juan XIII.

Jorge Mario Bergoglio ha conseguido proyectar la imagen de una Iglesia que pretende ser más pobre y cercana (no es baladí que optara por el nombre de Francisco, el “Santo de la  pobreza”); es un Papa que procede de los países del sur, de los pobres, que conoce bien la realidad del Tercer Mundo y de los barrios humildes de Buenos Aires. Es un Papa humilde, sencillo, pero de gran personalidad, que con gestos y decisiones testimonia que “no se puede vivir de una manera y hablar de otra”. Esta “autenticidad” ha hecho que se vea su pontificado con respeto, que su persona sea considerada en alta estima por la mayoría de los fieles y no creyentes, siendo un Papa escuchado y admirado. A través de su sencillez de formas y su cercanía ha conseguido entusiasmar a muchos. Son conocidos sus gestos con personas humildes y su estilo de vida austera (desde el principio quiso vivir en la residencia de Santa Marta y no en las tradicionales estancias vaticanas). En definitiva, es un Papa que es y pretende ser coherente con su fe, testimonio de Cristo y su mensaje.

También, fruto de estos años de pontificado podemos destacar una clara conciencia sobre el medioambiente (su encíclica “Laudato si” es un claro ejemplo), instando al mundo entero a cuidar la Creación y a cambiar nuestro estilo de vida. Así mismo, su pontificado aboga por una Iglesia más cercana a los problemas sociales y por la denuncia de las injusticias, la búsqueda de la paz y la crítica a las políticas con los refugiados (su primer viaje oficial fue a la isla de Lampedusa en plena crisis migratoria). Por otro lado, en su exhortación apostólica “Evangelii Gaudium”, Francisco critica el actual sistema económico: “una economía que mata”- dice el Papa-, poniendo de manifiesto el hecho de la preeminencia del más fuerte y en la que se excluye a los pobres. Así mismo, la encíclica Fratelli Tutti defiende la fraternidad entre los pueblos, llamados todos a compartir los bienes que tenemos. Otros escritos importantes de su pontificado que muestran su preocupación e inquietudes evangélicas son Amoris laetitia (sobre el amor en la familia) o Christus vivit (dirigida a los jóvenes, sobre la fe y el discernimiento vocacional). Por otro lado, es firme su determinación por afrontar el problema de las acusaciones de pederastia a miembros de la Iglesia y el deseo de dar protagonismo a la mujer en el seno de la Iglesia (aunque es evidente que la Institución eclesial tiene todavía un largo recorrido en este ámbito).

Tanto Juan XXIII, como el Papa Francisco expresan una Iglesia que ha de sentirse llamada a salir de sí misma e “ir –en palabras de Francisco- hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y las de toda miseria (texto recogido en el  Diario Clarín, el 26 de marzo de 2013). Todo ello, desde la contemplación de Jesucristo.

Así pues, quizás sí que podríamos decir que Francisco aspira en su persona y pontificado a un nuevo aggiornamento de la Iglesia, a seguir el camino del Vaticano II. Nos invita a dejarnos llevar por el Espíritu, a que Jesucristo siga siendo la razón de ser de la Iglesia y nos exhorta a mantenernos fieles y esperanzados en el mensaje evangélico, a que seamos continuadores de todos aquellos que nos han precedido en la construcción del Reino. Ánimo, que Dios es digno de toda confianza. Sigamos caminando.

Salvador Ramos
Prof. Historia de la Iglesia

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