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El doctor Francesc Torralba expresó una vez que toda imagen trae consigo una expectación. Todo, por el hecho de ser imagen, trae a nosotros una idea, un deseo, una motivación, o incluso una devoción. Nos hacemos una imagen de la persona que no conocemos, una imagen del trabajo que deseamos, una imagen del lugar que visitamos, incluso una imagen del Dios que amamos, o que nos ama, del Dios al que invocamos, pedimos, rogamos o nos dirigimos.

En nuestros términos la Biblia está llena de imágenes de Dios. En las Sagradas Escrituras hallamos desde una imagen de poder a una imagen de amor. Encontramos imágenes de dominio, de misericordia, de batalla, de violencia, de maternidad, de creación… Leemos imágenes de encuentro, de olvido, de generosidad e incluso imagen de Iglesia.

Todo son iconos que nos facilitan el modo de cómo a lo largo de la historia se ha ido comprendiendo qué es, o quién es, esa fuerza Original que impregna todo más allá del Big Bang, aquello que el teólogo dijo que era el aliento de Dios, la primera palabra de Dios. Cuando de algún modo se formó el caos desde la explosión de tal modo que, luego, fueron ordenándose todas las cosas.

Todos tenemos una imagen que acogemos del Trascendente, quizás coincidimos más o menos. Además, generalmente casi todos buscamos o la imagen del Amor, o la imagen de Cristo, que nos habla de humildad, de mansedumbre, de amor, de perdón, de familia, o de esperanza. Y rara vez, porque lo malo se tiende a olvidar, retomamos las imágenes más virulentas pero que también han servido para forjar esa expectativa en los antiguos.

En estos días, leyendo a Anselm Grün me cautivó su propuesta de ser imagen de transparencia, porque para poder trascender debo aprender a ser transparente por el Espíritu de Jesús, que es la posibilidad que se nos abre para que actúe el propio amor de Dios. Porque el amor de Dios brilla a través de todo.

Ser transparentes es dejar de ser para nosotros mismos, como si a los seres humanos nos hubieran dado este planeta en el que vivimos, o este universo en el que transcurrimos. Volvernos transparentes es readaptar nuestra vida hacia la creación, compartiendo el suelo con todos los seres que nos acompañan (sean plantas, animales, estrellas, o elementos de la naturaleza), en un misticismo cósmico, como demanda nuestra actualidad. Es nuestra opción para conectar con ese íntimo más íntimo.

Volvernos transparentes es descubrir que no hay trascendencia sin inmanencia, para no seguir huyendo del mundo, cosa que se nos da tan bien.

Albert Marín

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