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Las distintas formas de vida religiosa fueron surgiendo y situándose a lo largo de la historia, adaptándose y respondiendo a cada contexto. Considero fundamental asumir el marco histórico para comprender, analizar e incluso a relativizar, en el buen sentido del término, los modelos actuales de vida religiosa. Algunos vienen de lejos, otros recuperan formas antiguas, y cuestiones que hoy se discuten no son tan distintas de las que se debatían en otras épocas. Se constata demasiado a menudo que somos insuficientes en la visión y conocimiento histórico que nos dé libertad para afrontar los retos de la vida religiosa actual en sus múltiples formas. Tal como destaca Felicísimo Martínez, OP., «la práctica comunitaria no implica vivir bajo el mismo techo. Tener una economía común o vivir bajo una misma disciplina regular. La comunidad religiosa clásica no es la única forma de vivir comunitariamente la experiencia cristiana. Aún más, ni siquiera es un distintivo específico de todas las formas de vida religiosa».

La vida marcó el camino, y la notoriedad de los primeros grupos seguidores de Cristo obligó, en cierta manera, a buscarle una justificación teológica. Y así, de un seguimiento de Cristo y del querer dedicarse a Dios y a la comunidad nació lo que desde el Concilio Vaticano II llamamos Vida Consagrada. 

La vida religiosa está urgida hoy a considerar las fuentes, debido a pertinentes acomodos. Se habla de «reestructuración», como anteriormente se habló de «refundación». Ahora ya no se presenta como «estado de perfección», sino como «seguimiento con mayor libertad» —Concilio Vaticano II— o como «memoria evangélica» —Vita consecrata—. 

En cierta manera, desde siempre la búsqueda de la «perfección» ha impedido a la vida religiosa palpitar con la vida real. Podríamos decir que los motivos que originan la crisis actual están presentes ya desde el comienzo en la vida religiosa, la pretensión de vivir una «vida angélica» más perfecta que la de los demás puede desconectar del mundo y de sus necesidades si no se hace suficientemente legible para los hombres y mujeres del siglo XXI, como ha sucedido en otros momentos. Al igual que ha habido grandes ejemplos de ser y estar con la gente respondiendo a sus necesidades. 

Releer la Historia de la Vida Religiosa da luz para ser verdaderos transmisores de Evangelio y para saber dejarnos desinstalar constantemente por el Espíritu Santo.

Las formas más antiguas de la vida religiosa hemos de ubicarlas en modos de consagración personal —eremitismo, anacorismo o monaquismo—, hasta llegar a grupos organizados comunitariamente —cenobitas, canónigos regulares, órdenes mendicantes o congregaciones—. Realmente el surgir de la Vida Religiosa está marcado por la creatividad del Espíritu en la Iglesia al inspirar variedad de formas de seguir a Cristo. Como afirma el dominico Guy Lespinay, «los carismas y las formas de vida son múltiples en la Iglesia y son dones del Espíritu, cada uno tiene una atracción y una forma específica de seguir a Cristo».

Es bueno aplicar unas claves de lectura a esta Historia. Siguiendo el manual del profesor Eutimio Sastre serían: la Historia de la Vida Religiosa no sigue un desarrollo lineal, hay momentos de creatividad, otros de cambio impuesto por la situación histórica y también momentos de asimilación; no es fruto de un nacimiento milagroso, es un largo trabajo de maduración, no nace por generación espontánea sino en un contexto concreto de la sociedad civil y eclesial.

Por tanto, la Vida Religiosa se ha ido configurando con el paso del tiempo, primero como una manera exigente de vivir la vocación cristiana, llegando a lo que se denominó el estado de perfección, hasta la manera del Concilio Vaticano II, bajo el concepto de «sequela Christi» y como don carismático de Dios a su Iglesia, tal como lo expresa la Lumen gentium n.º 43: «Algunos cristianos son llamados por Dios para poseer un don particular en la vida de la Iglesia y para que contribuyan a la misión salvífica de ésta»

También lo define claramente el Código de Derecho Canónico en sus números 573-575, especialmente el 574 § 2: «Dios llama especialmente a algunos fieles a dicho estado, para que gocen de este don peculiar en la vida de la Iglesia y favorezcan su misión salvífica de acuerdo con el fin y el espíritu del instituto».

En síntesis, las diferentes etapas de la Historia de la Vida Religiosa evidencian, según el momento, distintas maneras de vida comunitaria iluminadoras de nuestra realidad actual. 

Gemma Morató i Sendra, OP
Profesora

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