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A María, la madre de Jesús de Nazaret, Jesucristo, la conocemos por lo que nos dice de ella la Biblia, en concreto los Evangelios. En ellos María se muestra disponible a la propuesta de Dios de ser la Madre del Mesías. Llena de confianza dice sí a la voluntad de Dios (pensamos en la escena de la Anunciación, cuando recibe el mensaje del ángel Gabriel). María se pone generosamente en camino para ayudar a Isabel, su parienta, que, ya mayor espera un hijo. Al llegar a casa de Isabel María canta la salvación de Dios manifestada en los pobres y necesitados, allí donde aparentemente no está Dios, ya que se da cuenta que de una mujer mayor y de una muchacha virgen, Dios puede hacer surgir nueva vida. En Belén, al nacer su hijo en el portal de una hospedería, María ofrece a los pastores el fruto de sus entrañas: les muestra a su recién nacido, que es la paz que Dios ofrece al mundo, como los ángeles anunciaron a los pastores.

A los doce años, cuando, de peregrinación a Jerusalén, Jesús adolescente se pierde, y es hallado en el Templo, rodeado de rabinos hablando con él, María reconoce que su hijo se debe a Dios antes que a ella. 

Pasados los años, cuando Jesús ha comenzado a predicar la buena noticia de la llegada del Reinado de Dios, María hace de intermediaria y de intercesora ante su hijo Jesucristo, rogando por aquellos novios en cuya boda se había acabado el vino de la fiesta. Más tarde, María aparece también entre los discípulos de su hijo, Jesús, quien la pone de modelo que los que saben acoger su palabra, la palabra de Dios, para guardarla en su corazón y hacerla vida cada día.

Finalmente, al pie del Calvario, María ha experimentado el sufrimiento de ver torturado y ejecutado a su hijo, que pasó toda su vida haciendo el bien; así María ha sabido permanecer junto a los que sufren. Más tarde, mientras los discípulos esperan el regreso de Jesús resucitado, María está presente en medio de todos ellos en oración.

De esta manera, María, la madre de Jesús, se nos muestra como aquella persona que ha sabido confiar en Dios, que se ha puesto al servicio de los demás, que ha acompañado a su hijo para escuchar sus palabras y hacerlas vida, que ha permanecido al pie de la cruz y que ha sabido esperar la acción de Dios.

Por ello la invocamos como Madre de Jesús y Madre nuestra; como la Primera Cristiana y la Madre de la Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús, como Consuelo de los Afligidos, como Salud de los Enfermos, como Auxilio de los Cristianos, como Benefactora de todas personas de Buena Voluntad.

Jordi Latorre, sdb

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