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En estas últimas semanas he estado haciendo balance de estos ya para tres años que llevo haciendo trabajo social en la República Dominicana, trabajando con los más pobres, o los más necesitados, recordando aquella bienaventuranza que nos dice: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Ciertamente el Evangelio hace bien en hablar de los pobres en Espíritu porque con la pobreza vivimos en una constante paradoja. Cuando pensamos que con nuestro trabajo los estamos ayudando la realidad de la vida te muestra que no, que muchas veces queremos ayudar a los pobres sin tomar en cuenta que generamos mayor pobreza.

En este tiempo puedo constatar algo importante que olvidamos cuando hacemos un donativo, o cuando hacemos llegar comida, o cuando ponemos nuestro trabajo al servicio de una acción humanitaria que a nosotros puede dejarnos un regusto de satisfacción, que lo que muchas veces ocurre es que estoy acomodando a esa persona, a esa familia, o a esa comunidad, porque cuando me convierto en su facilitador ellos dejan de esforzarse porque de la ayuda que les ofrecemos hacen escuela.

Me preocupa hablar con las familias y descubrir que sus hijos e hijas adolescentes no quieren más futuro que el de seguir viviendo como viven y, sí, en ese sentido la ayuda es un modus vivendi. Un medio de ingreso de bienes de primera necesidad por los que ya no merece la pena luchar, porque me los dan. La ayuda entonces cae en saco roto.

No es cuestión de falta de oportunidades, ni del problema del desempleo, ni de delincuencia… porque si de todo ello hago una excusa ¿dónde está el horizonte del pobre? ¿dónde la satisfacción del pelear por construir futuro? 

La lucha contra el hambre, por la que trabajo en República Dominicana, depende de todos los agentes implicados y quizás, hay que reconocer, nos hemos equivocado en cuando a las prioridades.

Cuando un país necesita ayuda los primeros que deben implicarse son las personas de ese mismo país. El gobierno debe extender planes de promoción social, extendiendo becas, con una propuesta integral en educación, con la propuesta de talleres comunitarios y de acciones de reconstrucción de los valores. Las escuelas deben integrar a maestros capaces de tutelar y de formar a las personas del futuro. Las familias han de motivar a sus hijos. La economía local debe proponer fórmulas de integración. Y, finalmente, quienes venimos como peregrinos, entonces, colaborar con nuestro trabajo y nuestra visión.

Jesús ya dijo: a los pobres siempre los tendréis con vosotros y cuando queráis siempre les podréis hacer bien. Pero, ¿qué bien? Porque si adoptamos la actitud de los discípulos en los milagros de las multiplicaciones, ¿quién podrá comprar pan para tanta gente? ¿Y después?

Leyendo esta mañana la multiplicación de los cuatro mil pienso en que el sentar a las personas por grupos, de cien, de cincuenta, nos está poniendo en aviso a la colaboración y a la cooperación entre quienes ayudan y quienes son ayudados. Quienes ayudan pondrán los medios, pero quienes son ayudados también nos dieron esos cinco panes y dos peces. Y entonces podremos dirigir nuestra mirada a los cielos y dar gracias porque sólo así los pobres serán bienaventurados, cuando entendamos que nos dice el Maestro con aquello de: Dadle vosotros de comer.

 

Albert Marín
Prof. de la DECA

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