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El Concilio Vaticano II al hablar de la Vida Consagrada resalta la importancia de la vivencia de los tres consejos evangélicos: pobreza, castidad y obediencia, como expresión de la entrega total a Cristo, pero sin olvidar que en la Iglesia existen también otras formas de expresar esta entrega. 

En la actualidad algunos teólogos además de los tres consejos clásicos añaden un cuarto consejo evangélico: el de la vida fraterna. Es por medio de la vida fraterna, que las personas consagradas se esfuerzan por vivir en Cristo con «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32). Después del Vaticano II, que propuso la eclesiología de comunión como elemento de cohesión de la vida cristiana, se produjo una transformación que llevó a tomar conciencia de la importancia de la vida fraterna en comunidad. Con el paso de los años, la vida consagrada se ha dado cuenta que la vida fraterna no sólo se ha de vivir ad intra, es decir, en el seno de la propia Congregación, sino ad extra, o dicho de otra manera, compartir con los laicos la fraternidad que se vive en comunidad.

Una de las formas para valorar cómo se vive esta fraternidad comunitaria es observando la calidad con que se celebran los sacramentos. Si para todos los creyentes la participación asidua en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía y la Penitencia, permite en lo cotidiano ir descubriendo el plan de Dios en la vida de los creyentes; a los consagrados les puede dar las pautas para vivir con coherencia y paz los consejos evangélicos, los tres clásicos (pobreza, castidad y obediencia), más el denominado cuarto consejo: vivir fraternalmente en comunión con Dios y con los hermanos

Es difícil decir que en la Eucaristía entramos en comunión con Dios, si esto no nos lleva a vivir en comunión con los hermanos. Una vivencia fraterna de la Eucaristía llevará a: no juzgar para no ser juzgados, a no ser individualistas y a sentirse comunidad y comunidad fraterna, a valorar la escucha (de la Palabra y de los hermanos) a pedir por las necesidades del mundo, a ofrecer, no aquello que nos sobra sino lo que necesitan los demás, y especialmente dar gracias a Dios por sentirnos llamados a formar parte de la Iglesia. Una Iglesia que se construye entre todos: clérigos, consagrados, laicos. Y que reconociendo los fallos y errores está dispuesta a cambiar aquello que sea necesario para dar ejemplo de vida y vida fraterna.

Joan Josep Moré, SDB
Jefe de estudios

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