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Siempre me han llamado la atención las escaleras mecánicas, ese gran invento con el que uno sube y baja con facilidad. Algunas son una obra de ingeniería impresionante, y sólo si nos paramos un instante tomando perspectiva -mejor a solas- es como podemos contemplar su belleza y su fuerza a través del engranaje silencioso y compacto que las forma.

En nuestras grandes ciudades, las escaleras automáticas son un elemento tan habitual que casi ni les prestamos atención: forman parte del paisaje y de la comodidad en el transporte. Pero confieso que cada vez que las utilizo, alguna que otra pregunta me asalta: ¿Estoy tomando la dirección adecuada? ¿Es de las que sube o de las que bajan? Especialmente me he de fijar bien en lo que hago si se trata de aquellas que se ponen en marcha sólo en el momento en que te subes a ellas. 

Con todo, es estupendo que estos aparatos logren transportar cómoda y rápidamente a un gran número de personas ¡y sin tener que esforzarse!, pues son los peldaños los que automáticamente se mueven. Lo único es que -después de algún que otro susto- uno percibe que es bueno tomar ciertas precauciones para acceder bien a ellas y seguir su ritmo; e incluso que es bueno agarrarse a la barandilla para no caer si uno va demasiado cargado. Escaleras mecánicas, ¡un gran invento! Pero que me hacen reflexionar mucho más aún cuando me lo aplico a mi propia vida cristiana. 

¡Subir o bajar… that’s the question! ¿Qué es “subir” en cristiano y qué es “bajar”? ¿Qué es lo que espontáneamente prefiero, estar arriba o estar abajo? En nuestra sociedad, ¿qué es lo más exitoso, subir o bajar? ¿Hacia dónde nos están llevando automáticamente esas “escaleras” que estamos tomando?

¿Y Jesús, dónde se sitúa? ¿Se me hace confortable el lugar físico y social hacia donde me conduce el Evangelio? 

Comentando algunas de estas cuestiones con buenos amigos, a veces dialogamos sobre lo fácil e inconsciente que puede ser el situarse uno en la dirección que quizás no deseas: simplemente se trata de poner el pie en el primer escalón, y la dinámica ya programada se encarga de hacer el resto: en un pispás estás arriba o abajo. Y observo que, en mi día a día, también hay dinámicas humanas que me conducen casi automáticamente en una u otra dirección. ¿Es realmente donde quiero estar? La cuestión es que, si uno no se para, la escalera sube y sube, o baja y baja. 

Estamos al inicio de curso, y siempre supone una buena oportunidad para pararnos y reflexionar hacia dónde se dirigen mis pasos, qué dinámicas vitales me rodean, y tomar conciencia de que me pueden conducir hacia el estilo de vida que deseo, o hacia un talante que me aleja de los valores que me convencen. El Maestro es claro en su enseñanza a los discípulos: «El que quiera ser el primero, que se haga el último y el servidor de todos.» (Mc 9, 35). Se trata de la actitud de servicio desinteresado y generoso que ha de marcar el estilo de vida de los cristianos; la norma básica en nuestras relaciones comunitarias, y ojalá, sociales. 

Subir y bajar. Subir o bajar. En parte es automático, pero en parte también depende de nosotros. Que al menos la velocidad o el automatismo no nos conviertan en seres anodinos o despistados, sino con personalidad y convicciones. Haciendo camino consciente los unos con los otros.

Ana María Díaz
Carmelita misionera

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