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Desde los orígenes de la Iglesia nunca han faltado experiencias de vida consagrada, tanto individuales como en grupo. Suscitada por el Espíritu Santo, la vida consagrada se nos presenta como una variada expresión del seguimiento evangélico de Cristo.

Leyendo la Sagrada Escritura podemos constatar que en el contenido de la predicación de Jesús no encontramos menciones específicas al monacato o a la vida consagrada. Pero lo que sí es cierto es que la originalidad y radicalidad que caracterizará al monacato y a las diferentes formas de la vida consagrada, en todas sus formas, se remite en su origen a la enseñanza y predicación de Jesús y, sobre todo, en su estilo de vida; de hecho los rasgos distintivos de su vida, que quedarán sintetizados en la pobreza, virginidad y obediencia, adquirirán numerosas formas y expresiones visibles a lo largo de la historia, precisamente en la multitud de dones y carismas con los que Dios hace fecunda la vida de su Iglesia. Fue este ideal de vida en Cristo lo que suscito desde un principio, un deseo de seguimiento radical y de una vida evangélica según el estilo del Maestro.

Es cierto que el seguimiento radical y una respuesta a la llamada de Dios por parte de hombres y mujeres de las diferentes generaciones han suscitado respuestas concretas, pero si analizamos con profundidad qué hay de común en la vida consagrada podemos encontrar tres elementos fundamentales que se repiten:

  • El seguimiento del Evangelio, es decir, la irrupción definitiva del amor y la ternura misericordiosa de Dios (expresado como Reino de Dios, presencia de Dios entre los hombres), que interviene para salvar a la humanidad, su historia y su mundo, e instaura, como inicio y como promesa, una era nueva y definitiva de vida, justicia y paz, que comporta la fe y el seguimiento radical de Jesús.
  • La centralidad de Jesús y su seguimiento, si la venida del Reino se halla en el centro del Evangelio, en el centro de dicho Reino se encuentra Jesús, que es el Reino en persona. Por eso, el camino del Evangelio conduce a Jesús, que es el único Maestro, el único guía.
  • Un tercer elemento es la comunidad, la esencia de la vida del cristiano es compartir la fe en Cristo en comunidad. La vida consagrada vivirá esta llamada a vivir y compartir en común como un elemento imprescindible de realización y de respuesta a la llamada del Señor, y cuya relación se rige por un mandamiento fundamental: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (cf. Mc 12,28-34).
  • Finalmente, aparece el testimonio y la misión, dar fe viviendo una vida según las normas y leyes del Reino y salir al encuentro de aquellos a los que el Señor envía, es la manera de que los miembros de la vida consagrada no vivan exclusivamente replegados en sí mismos.

Si la vida consagrada tiene en común la vivencia de estos cuatro elementos, lo importante es señalar las orientaciones con las que, dentro de la vida religiosa, se concibe la misión propia de cada grupo, así como las referencias bíblicas en que se fundamenta. Lo que se desprende de ello es que la vida consagrada ha de tener una especial capacidad de vivir según las leyes evangélicas, al seguimiento de Cristo, a la existencia cristiana en comunidad, que en sí misma es un testimonio y misión. Conciliar estos cuatro elementos no siempre se logra con facilidad en la práctica. Aquí tenemos el reto y la realización de lo que ha de ser la vida consagrada en nuestro tiempo. Si se viven con sencillez y humildad confiando y respondiendo a aquello que el Señor confía a todos y cada uno de los Institutos y Congregaciones, podremos afirmar que la vida consagrada, hoy tiene razón de ser.

Joan Josep Moré, sdb
Doctor en Teología litúrgica y sacramentos

 

 

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