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El sínodo, que está viviendo la Iglesia universal, ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión’, nos lanza el reto del caminar juntos. Frente a una sociedad polarizada en tantos frentes, se sitúa esta breve reflexión que, a modo de sugerencia, propone algunas vías de encuentro para fortalecer este camino común. La propuesta articula en tres ideas clave: comunicación, diálogo, y reconciliación.

La comunicación entre las personas que tiene como fundamento la dimensión relacional, como constitutiva del ser y reflejo de la producida por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es la comunicación de su propia comunión trinitaria.

No es posible para la comunidad de creyentes que cada uno de los fragmentos separados ignore el rostro global del que forma parte (E. Morin), a veces el edificio del saber contemporáneo se eleva como una torre de Babel que nos domina en lugar de dominarla nosotros a ella y nos imposibilita la auténtica comunicación.

Con espíritu de amor cristiano la posible diversidad de criterios, la posible diversidad de ideas y la fraternal controversia que las propuestas eclesiales puedan suscitar, seguramente ayudarán a profundizar en la verdadera evangelización puesta al servicio de la comunión y de la participación.

El diálogo que la Iglesia recibió de Pablo VI en 1964, un hermoso mensaje que nos llegó a través de la encíclica Ecclesiam suam. Este documento nos propone acercarnos al diálogo desde la óptica de la salvación, solo así, podremos entendernos. Tener presentes en nuestras comunidades los rasgos característicos del coloquio de la salvación pueden favorecer el encuentro. Ver juntos que Dios, abandonado por su pueblo, inicia el diálogo, da el primer paso, sale al encuentro del ser humano. Así, siguiendo la pedagogía de Dios con su pueblo la comunidad eclesial podrá adentrarse gradualmente en los temas más escabrosos. 

En la citada encíclica, a los participantes del diálogo se le proponen cuatro características esenciales para acompañar el proceso dialogal y exigen de los protagonistas mucha humanidad. (Cf. ES, 38). La claridad, porque el diálogo es un intercambio de pensamiento, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores de las personas, quizá es necesario que se revisen las formas de nuestro lenguaje, para ver si es comprensible, si es popular, si es selecto, etc. La afabilidad, para generar un clima de encuentro, porque el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo. La confianza tanto en el valor de la propia palabra como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor; el clima de confianza, entrelaza los espíritus en una mutua adhesión al bien. Por último, la prudencia, un diálogo que se mantiene en una prudencia pedagógica, que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del interlocutor.

El tercer aspecto es la reconciliación, cuando esta sea necesaria, porque es el mayor gesto de amor que puede hacer una persona. Una reconciliación que mira a lo esencial, a cuanto nos une. Una reconciliación que trata de cerrar procesos, para no mantenerse en ideas y sentimientos enquistados. Una reconciliación pacificadora que sitúa a la persona como parte de una historia de salvación. Una reconciliación misericordiosa que sabe despilfarrar sin límites y no calcula nada. La comunión es posible, aunque no podamos vivir juntos como Marcos y Pablo (cf. Hch. 13, 14), será necesaria la inteligencia de reconciliación para llegar a un diálogo y caminar progresivamente hacia una mayor comprensión entre nosotros y nosotras.

Concluimos, El papa Francisco nos habla de casa común como un nuevo estilo de vida, de amistad social como imperativo humano, y de tantos retos que nos ponen en camino para la comunión. También el sínodo ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión’, nos invita a la comunicación, a crecer en una relación dinámica de intercambio de dones entre las Iglesias, o fortalecer la dimensión ministerial en las comunidades, etc.

Hay grados y niveles de comunión para ir gradualmente hasta la mayor comunión posible, contando siempre con el gran protagonista el Espíritu Santo, el artesano de la unión del pueblo de Dios. 

 

Carmen Víllora
Profesora ISCR Don Bosco

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