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Ya en el (des)encuentro de la primera iglesia con la cultura de su tiempo, las comunidades cristianas tuvieron necesidad de justificar su fe. La propuesta evangélica era claramente contracultural y aparecía aberrante, cuando no escandalosa, a los ojos de judíos y griegos que consideraban a los seguidores de un tal Krestos una secta  a todas luces enloquecida. El contexto de la primera carta de Pedro nos describe, en las últimas décadas del primer siglo de nuestra era, un ambiente claramente hostil contra los cristianos. Pero el Autor de la carta invita a los bautizados y catecúmenos a “dar razón de vuestra esperanza a aquellos que os la pidieran, con mansedumbre y respeto, teniendo buena conciencia” (1Pe 3, 15-16). Todos sabemos cómo acabó en muchas ocasiones esta actitud no beligerante de los cristianos que fueron odiados, perseguidos y ejecutados por ser lo que eran.

Ha sido así en muchos otros momentos de la historia. El testimonio (eso significa etimológicamente el término “mártir”) forma parte de la vocación cristiana. En diversas circunstancias, los seguidores de Jesús han experimentado en carne propia el anuncio del Maestro: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y pronuncien falso testimonio contra vosotros por causa mía” (Mt 5, 11). Y en toda ocasión, la mansedumbre del Cristo invita a no devolver violencia por violencia, a preferir tender la mano a golpear, a buscar el encuentro a dilapidar puentes, a perdonar que a recrudecer el odio. “Dar razón de nuestra esperanza” es hoy – quizás más que nunca – la actitud necesaria para salir al paso de quienes siguen demandando a los cristianos los por qué de nuestro modo de vivir. La mímesis nunca fue buena estrategia en la dinámica del Reino inaugurado por Jesús. Por el contrario, su propuesta a contrapelo remueve las entrañas mismas de la historia para que pueda surgir una realidad nueva según el corazón de Dios.

No se carga de razones quien más grita. En una realidad pluricultural, democrática y libre, los cristianos estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza con serenidad y respeto. Profundizar nuestra fe y formarnos adecuadamente; vivir con honestidad y coherencia nuestro compromiso evangélico, debería ayudarnos a proponer con audacia y valentía el nombre de Cristo. Hoy como ayer, necesitamos testigos (mártires) que anuncien la buena noticia de Dios para los pequeños y los pobres y lo hagan cargados de razones. Dialogar con la cultura exige – en este siglo XXI – hombres y mujeres que vivan su fe con credibilidad y que sepan – desde una formación sólida – ser propositivos en la inculturación del mensaje cristiano para que resuene en el corazón de la ciudad, allí donde más necesidad hay de luz y verdad.

José Miguel Núñez, sdb

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